Si la ópera sigue existiendo en nuestros días, es porque hay un conjunto de personas que integran lo que podríamos llamar el colectivo operístico. Ahí incluyo a los aficionados oyentes y asistentes al espectáculo, y a los profesionales diversos, que se encargan de que funcionen las representaciones. Así pues, estoy hablando, en general, de aficionados, músicos, cantantes, directores de orquesta, escenógrafos y un largo etcétera.
En el principal siglo de la ópera, que entiendo fue el XIX, este grupo de gente era mucho más numerosa, tanto en seguidores, como en personas que se dedicaban a hacer el espectáculo. Respecto a los primeros, bien podía calificarse al hecho de “ir a la ópera”, como fenómeno social de masas. Además de ser una afición, se utilizaba también para usos múltiples y diversos que van, desde una merienda en el teatro, hasta una concertación de boda o negocio.
Así que, podemos hablar en el pasado, de un importante grupo de personas que, como cualquier colectivo grande, idealizó y mitificó a los mejores cantantes y compositores de aquellos tiempos. No debe extrañarnos esta actitud puesto que, si lo miramos bien, se asemeja al fútbol actual con sus equipos, torneos y jugadores.
De esta mitificación, nació la “prima donna” (primera dama)”, término italiano que prosperó, para definir a la cantante que en una compañía, interpretaba los primeros papeles. Hablo en femenino porque siempre se trataba de una mujer, con un registro de soprano.
Los hombres, salvo los castrati, estaban postergados respecto a las mujeres, aunque, en todo caso, al único al que se estimaba, era al tenor. Las voces oscuras masculinas servían para representar caracteres, generalmente, negativos.
En parecidos términos podemos manifestarnos con los compositores. Así que, como somos humanos, de esta mitificación, surgieron las rivalidades, que vienen por dos caminos diferentes. Uno es el de los propios profesionales entre sí. El otro lo evidencian los diferentes grupos partidarios de éste y no de aquel, cantante o autor.
De la mala relación entre sí, de algunas de las “prime donne”, hay muchos testimonios que lo demuestran, desde los inicios del género operístico. Quizás el mas sonado sea el de dos cantantes italianas de mucha fama. Fueron llevadas a Londres por Händel. Un buen día, en pleno escenario, se tiraron de los pelos, apoyadas, cada una, por sus respectivos fans. Luego ampliaremos la historia.
María Callas |
Relacionamos a continuación otras hostilidades conocidas:
· María Malibrán Vs. Henriette Sontag.
· Lillian Nordica Vs. Nellie Melba
· Lotte Lehmann Vs. Maria Jeritza
· María Callas Vs. Renata Tebaldi
Casi de igual manera, se comportaba el público asistente a los teatros en aquellos tiempos. Conseguían que ciertos estrenos que no interesaba que prosperaran, fracasaran o al contrario. Había una banda de asistentes, bien pagados, denominada “claqué”, que inclinaban la balanza hacia donde quisiera el que movía el dinero.
Aplausos furibundos significaban éxito. Silbidos y pateos, eran fracaso seguro. Algunas óperas de Verdi se frustraron por eso. Él nunca quiso desembolsar ni un duro para ese fin. El fiasco pagado más sonado fue el de “El barbero de Sevilla. .
Monserrat Caballé |
Por si fuera poco, el público también se dividía entre los partidarios de este compositor y aquel otro. Duros fueron durante el siglo XIX, los ataques verbales e incluso, llegando a las manos, de Wagnerianos contra Verdianos. Citar, por último, respecto al pasado, que algunos autores como Verdi o Rossini, amasaron una fortuna personal con sus composiciones. El mismo caso se daba con las divas, como Adelina Patti.
María Callas |
Entrando ya en la actualidad de nuestros días, podemos ver que no han cambiado mucho las cosas: hay mitos que se han hecho millonarios (fútbol, cantantes de hoy, etc.), que tienen grupos de seguidores (fans, peñas, clubs, etc.), que estos se enfrentan entre si verbal y no tan verbalmente, que todavía sigue la rivalidad Wagner Vs. Verdi y sino que vayan a verlo a Cataluña, etc.
Podemos pues concluir diciendo que las sopranos y, en mucha menor medida, los tenores han sido hasta hace poco los reyes de la ópera. Pero hoy mandan más los escenógrafos. Han perdido, pues, parte de su trono. Siguen, desde luego, ejerciendo la función de divos de la lírica pero, en otros tiempos, lo han sido mucho más.
El sentirse especiales o únicos en su género dio lugar a que se tomaran muy en serio ese protagonismo y fue lo que creó a “le prime donne”. Los divos de la ópera, en nuestros tiempos, no llegan, ni con mucho, a las extravagancias de algunos en el pasado. Hay van algunos ejemplos.
- Durante los ensayos de la ópera de Händel “Ottone”, la soprano Francesca Cuzzoni (1700/1770) se negó a cantar su primera aria del papel de Teofane. El compositor la tomó por la cintura, la llevó hasta la ventana y la amenazó con arrojarla si no cantaba.
- A Händel se le ocurrió juntar a Francesca Cuzzoni con Faustina Bordoni (1697/1771) en una misma representación. El público estaba dividido: los partidarios de una abucheaban a la otra y viceversa. Un día, al final de la representación, animadas por sus respectivos seguidores, se empezaron a insultar, agarrándose literalmente de los pelos y acabaron rodando por el suelo. La Princesa de Gales, que asistía a la función, les recriminó su actitud.
- Adelina Patti (1843/1919) era célebre por sabotear a sus rivales en escena. Un día, en una representación, se quedó mirando fijamente a otra soprano con una expresión de horror pintada en su cara. Ella susurró “¿Qué pasa?” y la Patti dijo en otro susurro: “¡¡Se te han caído las pestañas postizas del ojo izquierdo!!”. Ésta se arrancó las del ojo derecho para quedar iguales. ¡Era mentira! De manera que estuvo en toda su actuación con los ojos asimétricos.
- Nelly Melba (1861/1931) era capaz de interrumpir en pleno agudo a otro cantante. Se cuenta que, al menos en una ocasión, hizo salir corriendo de escena a una compañera de reparto. La ópera se tuvo que cancelar, pero la señora Melba se ofreció gentilmente a dar un recital ella solita.
- A Enrico Caruso (1873/1921) no le gustaba Nelly Melva hasta el punto que, en una representación de “La Bohème”, justo cuando canta “Che gelida manina”, el tenor agarró una patata caliente de entre bastidores y la colocó en su mano. Según otra versión se trataba de una salchicha. Después de todo, como representa a una pobre costurera de París, en pleno invierno, el regalo de una patata caliente podía resultar grato para calentarse e, incluso, comérsela.
Juan Diego Florez en Bilbao "La hija del regimiento" Donizetti |
Dejamos para el final, el punto más caliente: la relación entre partidarios de uno u otro cantante actual de ópera. No es pequeño el follón que puede armarse con eso. Suele ser lo más discutido de toda la temática operística. Al fin y a la postre, convenzámonos, interviene el gusto personal y sobre ello es muy difícil discutir.
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