martes, 3 de julio de 2012

Dos Cadáveres y Medio

El Maniquí que se retrasó
Anécdota ocurrida en 1961, en el Opera Centre de Londres, con una obra contemporánea, “Thea Musgrave”, de Anthony Besch (el título es igual al nombre de una compositora escocesa octogenaria). El propio autor, hacía de concertador y productor, en una de las primeras representaciones, de este excelente trabajo suyo. Era, además, el más meticuloso de los directores.

La ópera gira, casi enteramente, en torno a la presencia de un cadáver en el lecho. El hombre murió de repente antes de iniciarse la obra. El argumento nos cuenta las reacciones de familiares y amigos, al ver al difunto de cuerpo presente. Es, por tanto, extremadamente importante que haya un señuelo en la cama. El grupo de técnicos había realizado un maniquí muy realista. Anthony, con toda la razón, no confió en nadie para asegurarse que todo estaba listo. Insistió en llevar el “fiambre” él mismo.

Sin embargo, en la agitación que precede a los estrenos, se olvidó de él. Sólo lo recordó en el último momento. Aprovechó los postreros instantes, antes de que empezara la función, para colocarlo en su lugar. Pero el telón se alzó. Y el público quedó estupefacto al ver una elegante figura en smoking, que atravesaba deprisa el escenario, agarrando un cuerpo que parecía vivo.


¡Por los Pelos!
La opereta “El murciélago”, de Johann Strauss hijo, es muy representada en Alemania e incluso en otros países de su radio de acción. El segundo acto, se desarrolla en una elegante casa, en la que, el dueño, el príncipe Orlofsky, da una gran fiesta. Es costumbre institucionalizada, parar, en un momento del baile, la representación. Todos, cantantes y actrices, se quedan quietos.

¿Para qué? Seguro que conocéis la respuesta. Pues porque, es esa la ocasión, de que salgan a hacer lo que saben, una serie de artistas, contratados por la dirección del teatro. Pero no os vayáis a pensar otra cosa, se trata de primeras figuras, aunque, claro está, dependen de la disponibilidad financiera de la compañía. No hay nada escrito en el guión, al menos aparentemente. Es, asimismo, tradición, que sean invitados a esa fiesta escénica de ficción (aunque real para ellos), las personas influyentes y otras gentes de la ciudad que se presten a realizarla como actores de conjunto. Este es el caso de la Deutsche Opera am Rhein, de Colonia, que organiza todos los años unas representaciones de la divertida opereta, que acaban en una fiesta para los participantes.
Más que un desastre, podía haber sido una “tragedia en la ópera”. Sucedió en 1962, en el ya citado teatro. 

Era una de aquellas festivas y brillantes, producciones de carnaval. Estaba presente toda la alta sociedad de la Alemania Occidental. El director había decidido, como era habitual, organizar un posterior espectáculo para los invitados del príncipe Orlofsky. Estaba previsto un recital pianístico que, inevitablemente, comportaba la presencia de un piano en el escenario. Había terminado la función y los técnicos, apropiadamente vestidos de sirvientes, arrastraron el piano sobre sus ruedas, para situarlo donde se iba a utilizar. Quizás empujaron demasiado enérgicamente. Quizás alguien, en extremo cuidadoso, había engrasado excesivamente los rodamientos a bolas de las ruedas, para evitar rumores inoportunos.

Por cualquiera que fuese la causa, los maquinistas perdieron completamente el control del piano. El escenario, que se había utilizado para la obra, era liso y ligeramente  inclinado. Por esa razón, el piano fue derecho hacia abajo, alcanzando gradualmente velocidad,  hasta caer en el foso de la orquesta.
Afortunadamente los músicos se percataron del hecho y consiguieron ponerse a salvo. Así, el daño se limitó a dos tubas aplastadas y un piano Bechstein, gran cola, completamente destruido.


Gatito Verdiano
Esta anécdota, ocurrió en Londres en el año 1950 y en el Sadler’s Wells Theatre, durante una representación de “Rigoletto” de Giuseppe Verdi. Nuestro jorobado protagonista, estaba a punto de echar al río el saco conteniendo, no el cadáver de su enemigo, como él creía, sino el de su amada hija Gilda.

Mientras el cantante alcanzaba el momento de mayor tensión de la tragedia, el público comenzó a reír. Era un gatito que, vagabundeando por el escenario, fue a parar hasta el saco que contenía el “cadáver” y lo estaba venga a arañar con sus uñas. Cada vez que esto sucedía y como es lógico, el saco se movía y se notaba que temblaba. Esta situación duró hasta que el cantante encontró, el momento justo de espantar al animal del escenario.