lunes, 5 de septiembre de 2011

MORCILLAS EN LA ÓPERA

Vamos a hablar de morcillas. Las de Burgos o Arceniega (pueblito de Álava), están muy bien, pero no van a ser nuestro tema. Estas morcillas, sirven para comer y son buenísimas.  Tienen la base de arroz, mezclada con sangre, cebolla, manteca de cerdo y, a veces, algún tipo de especies, como canela o pimienta negra. Pero, no, esas no son, sobre las que quiero perorar. Me refiero a las “morcillas teatrales”, también llamadas, groseramente, como “mearse en el guión”.

Bien pensado, las gastronómicas, tienen, asimismo, que ver con el teatro. En otros tiempos, constituyeron un manjar idóneo para matar el hambre de algunos cómicos de provincias. Estos actores ambulantes, recorrían nuestra geografía, con escasos medios. Cuando llegaban a un villorrio, los únicos recursos de las gentes del lugar, para poderlos ofrecer a los forasteros, eran: los frutos de la matanza. Entre ellos se contaba, naturalmente, a la morcilla. Los Comediantes, debían de tener mucha moral para ir desplazándose por esos pueblos remotos de España, por cuatro perras. Generalmente, escenificando una obra de fuerte impacto emocional.

Representación Teatral
La representación teatral moderna, depende de muchos factores. Es necesario que todos juntos, se coordinen a la perfección, para que salga bien la función. En el escenario, sabemos que no hay marcha atrás: las equivocaciones no pueden corregirse. El estado físico y mental de los participantes, es decisivo. También es importante, lo que tienen alrededor (utilería, luces, movimiento escénico, etc.), que debe funcionar como un perfecto engranaje.

Pero incluso, aunque todo salga bien, no hay dos espectáculos iguales, pues los humanos no somos máquinas. Escenificando la misma obra, un día no es idéntico a otro. Pueden ser distintos matices e intencionalidades, algunas diferencias en la entonación, mínimas desigualdades en la inflexión y los tonos, un mejor estado vocal, y otras razones varias. Es lo que hace que una representación sea única y se distinga de otra, pudiendo, ambas, estar en un buen nivel artístico.

Los medios con los que cuenta el teatro para  fijar la atención del respetable, son la expresividad, la trama argumental y el texto que deben recitar los actores. Naturalmente, en el teatro cantado, se cambia el declamado por el cantábile. Pero, ya desde el teatro isabelino, los comediantes buscan, además, la complicidad del espectador. El recurso es, introducir frases improvisadas- creadas por ellos mismos- mezclándolas con el texto original.

Alguna agudeza, es suficiente para hacer reír o ganar tiempo. No tiene por qué ser trascendental. Con un pequeño matiz no ensayado, basta, a veces, para impactar al público. En estas manifestaciones espontáneas, lo más común es la introducción de algún acento regional, o la alteración de la situación que viven los actores.

Símbolos Teatro Griego
Este pequeño mundo que es el teatro, tiene una jerga característica. En ella se entiende por “Morcillas”, a lo ya  comentado: un modo de transmisión directa, entre actores y espectadores. Si bien una “morcilla” puede aportar algo a la acción, por lo general no es así. El factor determinante, es pues, la improvisación, de cualquier tipo, que cada participante en la obra, puede introducir en su parte del reparto.  Para entendernos, lo que no está escrito en el guión y se da en el escenario. Esta triquiñuela de las “morcillas”, tiene una poderosa fuerza para convocar a un público gélido, ausente y ensimismado.

Hay que decir que en el ámbito de la ópera, también se da este fenómeno, ya que no se limita, de ninguna manera, al teatro hablado. Aunque todas sean “morcillas”, yo distinguiría dos clases, que se diferencian por sus fines: 

A.   Las Voluntarias, metidas adrede, generalmente de carácter localista. Sirven para congraciarse con el público asistente. 

B.   Las Involuntarias, las no buscadas, que surgen por algún tropiezo, del que hay que salir como sea, en el propio momento de producirse. Es donde, verdaderamente, se demuestra el ingenio del que sabe hacerlo. 

Relaciono a continuación, unas cuantas de ellas, que se han recogido de las diversas producciones operísticas que hay por el mundo: 

Los "ligues" de Nemorino
después de tomar Elixir Mágico
1.   En “L’elisir d’amore”, cuando Dulcamara, vende su elixir “mágico” a Nemorino, debe decir, según el libreto y avisando al público, “es vino de Burdeos”, pero estando en el País Vasco, se convierte automáticamente, en “es vino de Rioja”. 

2.   En “La hija del Regimiento”, se celebra una fiesta en el segundo acto. El mayordomo, va anunciando a los asistentes, y debe decir: “La señora duquesa de Crakentorp”. Pero ese apellido tan raro, se convierte en valores locales de todos conocidos: “duquesa de Neguri”, “Conde de Algorta”, “Marqués de Bilbao”, etc. 

3.   El tenor alemán, Lauritz Melchior, haciendo “Lohengrin”, en el Metropolitan de Nueva York, 1937, al no disponer de espada (se olvidaron los de la utilería), remató a Telramund, con un gancho de izquierda. 

4.   En una producción en inglés, de “La Flauta Mágica”, del English National Opera, 1977. El Carro Volador, con los tres geniecillos, se quedó atorado en su descenso. El barítono Niall Murray, salvó la situación, con un chiste al público: “Nada de extraño que venga tarde. El carro viaja sobre las vías de los ferrocarriles británicos”. 

El Scarpia de Taddei
5.   Estamos, en el segundo acto de “Tosca”. Scarpia (Giuseppe Taddei), pregunta a Sciarrone: .. ¿Qué ha dicho el caballero?..., el esbirro, se equivoca y contesta...Todo (en vez de Nada)… A lo que Taddei, añadió ¿Estás seguro? y Sciarrone respondió: No (totalmente confundido). En vista del poco éxito que tuvo su ayuda, Taddei pidió al director musical: ¡Ahora maestro, repetimos! 

6.   Teatro del Liceo, durante una representación de “La Forza del destino”. Al arrojar Don Álvaro la pistola, el disparo, no sonó. Se quedaron todos cortados. Pedro Lavirgen, que era el protagonista, sacó un puñal y dijo algo así.... “y ahora con este cuchillo te mato”. Pudo, de este modo, continuar la representación. 

Lohengrin y el Cisne
7.   Leo Slezak, famoso tenor alemán, estaba haciendo  “Lohengrin”. En el Tercer Acto, viene a buscarle, el mismo cisne que le había traído. El animal mecánico, pasó de largo. No se detuvo ante el tenor, y no pudo abordarlo. En su rápida trayectoria, pronto desapareció del  escenario. Sin perder la calma, Slezak  se volvió hacia el público y preguntó: ¿Alguien sabe a qué hora pasa el próximo cisne? 

8.   Existe otro caso semejante al anterior, pero esta vez, el cisne no puede con la corpulencia del tenor y, éste, tiene que entrar andando. 

9.   El tenor guipuzcoano, Cristóbal Altube, encarnaba al moro de Venecia. En esa representación, como gustaba de gesticular en exceso, tras clavarse el puñal, y rodar por el suelo de forma dramática, no tuvo más remedio que cantar su final en el suelo y boca abajo. 

Otello
10.   Ocurrió en Italia. En esta ópera, el barítono estaba un poco resfriado y la voz no la tenía demasiado bien. El tenor había sido sustituido por otro bastante malo. El barítono, comenzó a cantar su aria. No fue bien la cosa. Al terminar, debía haber dado un Sol natural, pero calló. A continuación, abrió sus brazos y dijo: "y ahora debía haber dado un Sol así de grande". En la siguiente aparición fue silbado. Entonces comentó: “me silbáis, pues esperar al tenor". 

11.   No está claro a quien sucedió la anécdota. Pudo ser Monserrat Caballé o Pilar Lorengar. Otra vez estamos en “Tosca”. Ésta, acaba de matar a Scarpia. En esa ocasión, la soprano se despistó, y tras colocar los dos candelabros no le dio tiempo a ponerle a Scarpia el crucifijo en el pecho. Viendo que la orquesta atacaba el forte final, lo que hizo fue, desde la puerta de la estancia, arrojarle el crucifijo con desprecio.

Muerte de Scarpia
Las florituras que hacían los cantantes-  permitidas en las arias “Da Capo- eran casi una improvisación, por lo que, también, voy a encuadrarlas como “morcillas”. Sirva, como ejemplo, la siguiente anécdota: 

1.   Sucedió que, una ambiciosa cantante, quiso demostrar su talento al maestro Rossini. Escogió “Una voce poco fa” de “Il Barbiere di Siviglia”. Al cantarla, introdujo gran número de adornos y pasajes, no incluidos en la partitura. Era normal en la época. Al acabar la interpretación, Rossini aplaudió y dijo a la dama: Bella voz, bravo, y gran aria... ¿me podría decir el nombre del compositor?

Farinelli
Y es que los Cantantes en la ópera, han sido siempre un caso aparte. En el siglo XVIII, la hegemonía, la tenían los Castrati. Los relatos de la época, hacen constantemente referencia, a distintas competiciones, de los más importantes Castrados, frente a varios instrumentos, siendo la trompeta, el más popular. Algunos evirados famosos, como Farinelli (1705/1782)- de nombre Carlo Broschi- hicieron una extraordinaria carrera internacional, con asombrosas compensaciones en dinero, más cerca de las estrellas de cine que de los cantantes de ópera actuales.

Domenico Scarlatti
Nos hablan las crónicas, de la posibilidad que tenían, de divertirse mucho con las señoras. Les ofrecían garantías- como sólo ellos podían dar- en una época en que los anticonceptivos, eran prácticamente inexistentes. El pobre Farinelli, sin embargo, tuvo que pagar bien caro, la admiración por su persona. Por veinticinco años, quedó retenido en la corte española. Su trabajo consistía en cantar para Felipe V, las mismas arias cada tarde. Después, el propio monarca,  trataba de imitarlo con lúgubres aullidos.

El gran músico Domenico Scarlatti (1685/1757), hubo de soportar una situación análoga. Como profesor de clave de la reina, María Bárbara de Braganza, se vio obligado, a componer más de seiscientas sonatas. Poquísimas las publicó en vida. Los manuscritos que llegaron a nosotros,  fueron debidos a Farinelli.

Carlos III
Otra anécdota famosa para acabar de hablar de aquellos tiempos. Se refiere a Carlos III de Nápoles y España, el llamado “mejor alcalde de Madrid”. Parece que le gustaba darse importancia. En las funciones de ópera del Teatro San Carlos de Nápoles, cuando acudía, tiraba rosquillas de crema desde el palco real a sus súbditos. Éstos debían apretar los dientes y soportarlo.

La prohibición de la eviración, introdujo un cambio en el reino de los cantantes. A partir del siglo XIX, quedaron destronados los Castrati y la corona pasó a manos de “le prime donne”. Su reinado fue uno de los más largos. Fueron admiradas en la escena y en los corazones del público.  La figura del varón, en ese periodo tan esencial para la ópera, tiene menos importancia. Esto no quiere decir que se le desestimara. Prueba evidente de que no, es el mítico  tenor Giovanni Battista Rubini (1794/1854), uno de los primeros en tener relevancia internacional.

Una prima donna
Conscientes de su importancia como artistas, estaban aferradas a muchos caprichos. Sabían que eran especiales y  únicas, en su género. Esto dio lugar a que se tomaran muy en serio ese protagonismo. Eran, además, las que atraían al público. Esto les motivaba para extraños antojos. La situación duró hasta bien entrado el siglo XX. Los divos de hoy en día, no tienen, en este sentido, nada que ver con aquellos. No llegan, ni con mucho, a las extravagancias de algunos en el pasado. Ahí van algunos ejemplos: 

   A.  Durante los ensayos de la ópera de Händel “Ottone”, la soprano Francesca Cuzzoni (1700/1770), por un capricho,  se negó a cantar su primera aria del papel de Teofane. El compositor la tomó por la cintura, la llevó hasta la ventana y la amenazó con arrojarla si no cantaba.           

Cuzzoni y Bordoni
   B.        A Händel se le ocurrió juntar a Francesca Cuzzoni con Faustina Bordoni (1697/1771), en una misma representación. El público estaba dividido: los partidarios de una abucheaban a los otros y viceversa. Un día, al final de la representación, animadas por sus respectivos seguidores, se empezaron a insultar. Se agarraron literalmente de los pelos, y acabaron rodando por el suelo. La Princesa de Gales, que asistía a la función, les recriminó su actitud. 

Adelina Patti
   C.        Adelina Patti (1843/1919) era célebre por sabotear a sus rivales en escena. Un día, se quedó mirando como actuaba otra soprano: Puso una expresión de horror en su cara. La que cantaba, susurró “¿Qué pasa?” y la Patti dijo, en otro susurro: “¡¡Se te ha caído la pestaña postiza del ojo izquierdo!!”. Rápidamente, se arrancó la del ojo derecho para quedar iguales. ¡Era mentira! El resto de la actuación tuvo los ojos asimétricos.

  D.        Nelly Melba (1861/1931) era capaz de interrumpir, en pleno agudo, a otra cantante. En una ocasión, hizo salir corriendo de escena a una compañera. La ópera se tuvo que cancelar. La señora Melba se ofreció, gentilmente, a dar un recital ella solita. 

Nelly Melva
   E.        A Enrico Caruso (1873/1921) no le gustaba Nelly Melva. En una representación de “La Bohème”, justo cuando canta, “Che gelida manina”, el tenor agarró una patata caliente de entre bastidores y la colocó en su mano. Otra versión, habla de una salchicha. Después de todo, es una costurera hambrienta y en pleno invierno. Ese regalo podía resultar grato para calentarse y después comérsela. 

Por ser muy curioso, vamos a relacionar ahora, aspectos en los que solían intervenir las famosas, con plenos derechos: 

·         Usar sus propio vestuario en las representaciones
·         Determinar asuntos relativos a la producción y dirección
·         Imponer la contratación de sus colegas o amantes
·         Dar instrucciones al director musical, para conseguir un mayor lucimiento de la propia diva
·         Libertad de acción para todo lo que se antojara
·         Derecho a influir en los ensayos
·         Estar presente en el teatro sólo un día, antes de la representación
·         Adelina Patti, por ejemplo, incluía en su contrato, una cláusula que la eximía de ensayar

Giuditta Pasta
en el Tancredi
Asuntos como, coger berrinches, enfados,  caprichos, furias, envidias de sus rivales, desengaños de amor, etc., estaban a la orden del día. Todavía era costumbre, a principios del siglo, el adjudicar, en las óperas, papeles de hombre a mezzosopranos. Pero algunas cantantes, eligieron roles no escritos expresamente para ellas, sino para varones, sólo porque les gustaban. Ejemplo singular de este tipo fue, el “Otello” de Rossini, cantado por Giuditta Pasta.

Ir al teatro, en esa época, significaba muchas cosas. Era un evento colectivo y, por supuesto, se iba a ver la función. Pero además servía para: 

1.   Hacer vida social
2.   Crearse nuevas amistades
3.   Entretenerse
4.   Citas amorosas
5.   Hacer cenas, antes, durante y después de la función
6.   Practicar los juegos de azar
7.   Charlar
8.   Pequeñas y grandes conspiraciones
9.   Politiqueos
10.   Hasta para proyectar nuevos matrimonios
11.   Y más cosas

Téngase en cuenta que, al no existir otros espectáculos de masas como, el futbol o la televisión, la gente tenía que reunirse en algún sitio. Pero lo que quiero quede claro, es que no se iba allí solo por figurar, que también. En toda Europa había una afición extraordinaria hacia la ópera. La prueba más evidente sería: 

o   La cantidad de Teatros dedicados al género
o   Las numerosísimas óperas escritas para ser consumidas por gentes deseosas de escucharlas
Teatro alla Scala di Milano
o   La gran cantidad de compositores dedicados a este oficio
o   La proliferación de interpretes
o   El negocio generado en su entorno. Si no hubiera habido posibilidades en ello para ganar dinero, no habrían aparecido tantos empresarios. Cuando existieron, es porque les era rentable.

Una Dama Elegante
En nuestros días, no hay necesidad de ir elegantemente vestidos a la ópera. Basta con un discreto atuendo. Han desaparecido aquellas mujeres u hombres, que sólo iban a exhibirse. Pero reconozco que, aún todavía, mucha gente piensa que es un espectáculo donde, cada uno, va a ser visto por los demás. En base a eso argumentan que se trata de una representación elitista. Creo, sinceramente, que son opiniones trasnochadas, heredadas de otros tiempos. Hoy, lo mismo que ayer, existe, no podía ser menos, una gran masa de aficionados. Los que no se encuadren en esa categoría, serán los que tengan que justificar su asistencia a la función.

Una bonita araña teatral
Inicialmente, no se apagaban las luces de los teatros cuando comenzaba la obra. Hoy, esto nos parece elemental. Uno de los introductores de esa medida, fue Wagner. La revista del Teatro Real de Madrid, de 1900, se quejaba del apagón: [...] Hace pocos días algunos abonados protestaban contra la oscuridad que se imponía en la sala durante la representación. Puesto que las señoras se visten como en pocas otras capitales, para acudir a las funciones del Real, es natural que les guste lucir sus galas, siendo un atractivo más, la nota de elegancia que emana de ellas. Pocos teatros extranjeros ofrecen un conjunto tan homogéneo como nuestro teatro de arte lírico; así que parece muy natural que los elementos de elegancia femenina, que contribuyen al lucimiento del teatro, tengan derecho a que los atiendan. [...]

Ya veis cómo funcionaban las cosas. Ahora, una anécdota sentimental sobre ese mismo tema. Una mujer mayor vendía flores en Venecia, a la puerta de la ópera. Al ofrecérselas a un señor, elegantemente vestido, aprovechó para decirle: ¡A mí también me gusta la ópera! La escucho por la radio, pero no he estado nunca en La Fenice. ¿Cómo nunca?, preguntó el caballero. “Mi señor, no tengo vestidos”. El hombre trató de explicarle que no es obligatorio, llevar puesta una tiara de oro para ir a ver la función. Ella movió la cabeza tristemente: “Ahora es demasiado tarde”.

Cecilia Bartoli y Juan Diego Florez
Nos falta por hablar de otro tipo de rivalidades que están fuera de los escenarios: las de los aficionados. Los partidarios de uno u otro cantante, se enfrentan entre sí. No es pequeño el follón que puede armarse con eso. Suele ser lo más discutido de toda la temática operística. Al fin y a la postre, convenzámonos, interviene el gusto personal y sobre ello es muy difícil discutir. Por último queda el tema de los adictos a uno u otro autor. Esto no tiene, en general, la menor importancia salvo en el caso de que los compositores, sean Giuseppe Verdi y Richard Wagner.

Verdi Vs. Wagner
Ya desde el siglo XIX los devotos de uno y otro músico, protagonizaron ríos de tinta en publicaciones y discusiones que, en más de una ocasión, les hicieron llegar a las manos. En la actualidad yo creo que sigue latente este sentimiento que no acabo de comprender porque la devoción por uno no excluye sentir atractivo a las obras del otro.

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