martes, 10 de mayo de 2011

EL "BELCANTO"

Hoy estoy recordando “Il matrimonio segreto (El matrimonio secreto)”, de Domenico Cimarosa, y me ha dado por pensar que estaría bien hablar algo del “belcanto”, puesto que el autor, está, por pleno derecho, encuadrado en el grupo  de compositores que lo practicaron.

Esta palabra italiana, que traducida quiere decir “canto bello”, como significado, por sí mismo, es algo más bien indefinido, pero la costumbre ha hecho que se refiera a una  manera de cantar, habitualmente italiana, que tiene como finalidad, “la pureza del tono, la belleza del sonido, el fraseo refinado, el ‘legato (ligado)’ y la agilidad en la vocalización, junto con una base técnica de primer orden”.

Castrati en una ópera de Händel
Atendiendo a sus objetivos teatrales, también puede definirse como “el tipo de canto cuya esencia consiste en lograr un efecto decorativo, por encima de lo expresivo, es decir, que lo ornamental impera sobre el texto dramático que se entona”. Con esto se da lugar a una de las polémicas más constantes en la literatura operística, tratada ya por Antonio Salieri en su ópera “Prima la musica, poi le parole (Primero la música, después las palabras)”, de 1786, y ciento cincuenta años después, retomando ese mismo tema, Richard Strauss creó su ópera “Capriccio”.

El “belcanto” o también “buoncanto”, nació, junto con la creación del género operístico, en el siglo XVII y floreció en el XVIII, llegando a su máximo esplendor, en el primer tercio del XIX, para, a partir de ahí, evolucionar a otras maneras de hacer ópera, en las que ya no tenía cabida el “belcantismo” porque lo que se buscaba, más que cantar, era una recitación musical que se acercara a la voz hablada. Existió, por tanto, el “buoncanto” solo durante un periodo de tiempo, amplio pero limitado, y por eso es mejor no referirse al teatro lírico, en general, como “el arte del belcanto”, pues lo que estaríamos haciendo es dar nombre a un todo, con una parte de ese todo.

También hay que decir que nunca el “belcanto” ha sido sinónimo de “bella voz”. Hay muchísimos casos de voces bellísimas que no se adaptaron a las exigencias del “canto bello”, y, al revés, otras no excepcionalmente hermosas, que practicaron con genialidad el más puro estilo “belcantista”.

Durante el tiempo que duró esta peculiar técnica vocal, fue evolucionando,  adaptándose sucesivamente a nuevas gustos artísticos. Por eso, no es lo mismo en la época barroca, que en el clasicismo o en el pre-romanticismo. El estilo de “belcanto barroco” era muy recargado. Tenía muchos adornos decorativos. Y la línea vocal poseía una elegancia llamativa y ostentosa. Al prohibir la entrada a las mujeres en los coros litúrgicos, aparecieron los “castrati”, la más rica y perfecta escuela de canto que ha existido. Alessandro Scarlatti y Antonio Vivaldi, pertenecerían a la primera etapa del “buoncanto”, mientras que Georg Friedrich Händel se encuadraría en una época algo  posterior.

Durante el “belcanto clásico”, empezaron a manifestarse en música, las emociones humanas y el estilo pasó a ser más declamatorio. Esta evolución viene marcada por las óperas de Mozart, así como las de los italianos Giovanni Paisiello y Domenico Cimarosa, con su obra maestra “Il matrimonio segreto”, precisamente el autor que me ha dado pié a este escrito.

Pero son muchos los compositores de este periodo y cada uno tuvo su protagonismo y aportación al género. Por citar solo algunos, aparte de los tres ya comentados, estarían: Gluck, Salieri, Haydn, Cherubini y Pacini. Entrando ya en el siglo XIX, si hay un heredero del antiguo “belcanto” y de la diversidad vocal del XVIII, éste fue Gioachino Rossini que junto con Vincenzo Bellini y Gaetano Donizetti, constituyeron los máximos y últimos, exponentes del “canto bello”.

Pasada su época y con la llegada primero del Verdi maduro y más tarde del verismo, el “buoncanto” quedó prácticamente olvidado y su técnica vocal pasada de moda. A partir de la II Guerra Mundial y debido al esfuerzo de una serie de cantantes, se ha conseguido revitalizarlo. Por citar solo a algunos y sin que se enfade nadie, María Callas, Conchita Supervia, Leyla Gencer, Teresa  Berganza, Alfredo Kraus, Ernesto Palacios, William Matteuzzi, Joan Southerland, Monserrat Caballé, Lucia Valentini-Terrani, Eduardo Giménez, Francisco Araiza, Victoria de los Ángeles, Giulietta Simionato, Agnes Baltsa, Federica von Stade, Enzo Dara, Cesare Sieppi, Paolo Montarsolo, Nicolai Ghiaurov, Dietrich Fischer-Dieskau, Marilyn Horne, y todavía un largo etcétera.

Recientemente, indicando solo a los más mediáticos, Cecilia Bartoli y Juan Diego Flórez, entre otros. Incluso ha reverdecido el recargado canto del barroco, gracias a contratenores como, Philippe Jaroussky, Andreas Scholl, David Daniels y etc. Esta tesitura de voz, que emplea, sobre todo, el registro de cabeza, hoy en día, se ha puesto “alla moda”.
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Acabamos con un artículo, breve pero curioso, encontrado en la red de redes. Enjuicia la gordura en la ópera.
Se tiene la creencia popular de que para triunfar en la ópera, es mejor ser obeso. Como ejemplos, citaremos al difunto Pavarotti o la Caballé. Ya en el Renacimiento se decía que para cantar bien, hacían falta grandes pulmones y por tanto, una caja torácica y un cuerpo, grandes. Los “castrati”, tendían a la obesidad por el descenso de la testosterona, pero sus voces eran muy apreciadas. Normalmente asociamos excelencia vocal con kilos de más. Pero no hay evidencia científica que relacione la gordura con la voz.

Ahora que en la ópera ya no sólo se valora cantar, sino también las cualidades de actor, la obesidad puede ser un aspecto negativo, como le ocurrió en el 2004 a la soprano Deborah Voigt. Fue excluida de “Ariadna en Naxos” de Strauss, porque con sus 120 kilos no era creíble en el rol. Dos años después, y gracias a una operación de reducción de estómago, Deborah pudo interpretar su ansiado papel.

Es cierto que la Callas adelgazó y ya no fue la misma, pero según la cantante Teresa Berganza, que la trató de cerca, “no perdió la voz por adelgazar, sino porque cambió sus hábitos de vida al conocer a Onassis”. ¿Qué os parece?  ¿Influye la obesidad en el canto? Es claro que en el aspecto físico importa, pero ¿Hay que estar gordo para cantar bien?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Aparecido en el El País, 20 de Abril de 2010.
(…) “con momentos álgidos de bel canto, más cerca de Verdi y Puccini que de la experimentación atonal y dodecafónica de las vanguardias recientes.”
Ni la música atonal y el dodecafonismo son tan recientes, ni me parece correcto clasificar/calificar de belcantistas a Verdi y Puccini. ¡Por Dios!
Bien. Pues quién esto declara, se autodenomina/autoproclama compositor de una ópera.
Vergüenza ajena sentí.
¿Cuál es tu opinión? Gracias.
Un cordial saludo.
KÓTRAB