domingo, 8 de enero de 2012

La Escuela de Espectadores

Cuando era más joven, he recorrido un poco los teatros de España, asistiendo a representaciones operísticas. Hoy, se me ha pasado el arroz. Me he vuelto cómodo. Eso implica, que tengo que conformarme,  con las que se dan en la plaza de Bilbao. Sabéis que hay una temporada, constante cada año, que empieza en setiembre, y termina, entre los meses de mayo o junio siguientes. Con eso y mis grabaciones, me voy arreglando.

Las funciones, tienen bastante buen nivel, sin que llegue a extraordinario. Los montajes, han mejorado mucho en el Euskalduna. La filosofía es, dar siete óperas, de las cuales, tres, son necesariamente del “Tutto Verdi”.  (¿Demasiado? Es que si no, no se acabaría nunca). El resto corresponde a un estreno (nunca dada), un reestreno (pocas veces representada) y dos óperas del repertorio tradicional. Lo peor de todo son los precios. Como ya he dicho, no frecuento otros teatros. Sin embargo, creo que lo que se cobra en Bilbao, es un poco caro. Si te conformas con las localidades más altas, puede haber una cierta equiparación. Pero es mucho mayor la distancia al escenario, que en otras plazas. Todo, consecuencia, de la multiplicidad de uso del edificio.

Acostumbro a ver cada ópera, dos veces. Os lo explicaré. Acudo al ensayo general con público y, también, a la localidad que pago como socio. La última prueba, con vestuario y espectadores, no se aleja mucho de lo que luego se verá. Tal vez, aunque raro, el director musical o el escénico, hagan repetir y los artistas reserven su voz para el estreno.

Aun así, es una excelente oportunidad, que debe aprovecharse. Pero volvemos a la parte crematística. Al principio, eran gratis, luego implantaron una cantidad simbólica. Este importe, ha ido encareciéndose progresivamente. Sin llegar, ni mucho menos, a los niveles de una entrada normal, es relativamente crecidito el precio.

Bueno pues, en uno de esos ensayos, me pasó un caso del que quiero haceros partícipes. Pienso que era una “Lucia”, recién inaugurado el nuevo teatro. Junto a mi localidad, estaba una mujer, ya entrada en años, con otra señora que podía ser su amiga o familiar. Todo transcurría con normalidad. Empezó el espectáculo. Nuestra Lucia, de aquella tarde, estaba cantando su aria más famosa. De repente, suena un celular. Era de la dama que estaba a mi lado. Muy azarada, lo coge, después de buscarlo por todo el bolso.

“¡Dígame! Ah, ¡eres tú! Dime rápido, que estoy en la ópera…. Que sí, que ya he comprado pan para la cena”. Toda la gente de alrededor nos quedamos asombrados. Vale con que era mayor, pero fue muy duro impedir, por unos instantes, que oyéramos a la soprano. Creo que la señora, abusó de los derechos que le daba su edad. ¡No es un tema baladí! El afamado director, Riccardo Muti, paró una representación, precisamente por este motivo. Dejó cinco minutos de silencio, en los que se mascaba en el auditorio, la mala uva del susodicho.

En los programas de mano, se indican claramente una serie de principios, que todos debemos de tener en cuenta:

1.   Nos permitimos recordarles que una repentina tos puede ser casi inaudible, si se amortigua con un pañuelo en la boca, evitando así las correspondientes molestias a los artistas y espectadores.

2.   Les rogamos mantengan desconectados los teléfonos móviles durante la representación.

3.   Asimismo le indicamos que está prohibido fumar en las dependencias del teatro.

La trascendencia del asunto de los móviles, ha obligado a colocar ya, o pensar en hacerlo, inhibidores de frecuencia para impedir que funcionen los dichosos celulares, que son muy útiles pero, a veces, molestan. Dentro de esta línea de instruirnos a nosotros, espectadores asistentes a los ensayos generales, en cada uno de ellos, se da un aviso, por la megafonía, que dice, poco más o menos: “Se prohíbe silbar y patear a los artistas, ya que no están obligados a cantar, en plenitud de sus facultades, pues deben reservarse para la representación oficial”.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, Juanba.

Guardo un grato recuerdo de cuando estuve en el Palacio Euskalduna hace ya casi un año. Era la primera vez que iba al Euskalduna y a Bilbao, y la primera vez también que asistía a una ópera de Rossini. Volví encantado de las tres cosas, de la ópera, del Euskalduna y de la ciudad de Bilbao.

Asistí a una representación de la "Italiana" con Daniella Barcelona. Tuve que comprar entradas de la parte superior, la más alejada del escenario, y es cierto que están muy retiradas (aunque la acústica es buena). Fue lo único que me hubiese gustado cambiar, los asientos, y poder estar así un poco más cerca del escenario. Aquel día, Daniella Barcellona (a quien también era la primera vez que escuchaba) estuvo impresionante. Pero entre los precios de las entradas, los gastos de la estancia en Bilbao y los del desplazamiento, no podía sino optar por lo más económico.

No puedo opinar mucho sobre los precios de las entradas porque, en general, y dado que mi economía es bastante precaria, casi siempre me parecen caras. Donde yo resido se representan 3 ó 4 óperas al año únicamente y los precios son bastante asequibles, aunque la calidad de las representaciones no se puede comparar con las de Bilbao, por ejemplo.

Si puedo permitírmelo, me gusta eso de peregrinar a otras ciudades para asistir a representaciones. Y es que me gusta pensar que este peregrinar también forma parte de la afición por la ópera, y siempre es una oportunidad de viajar y conocer otras ciudades y gentes.

En cuanto al comportamiento de los espectadores, he leído que en el pasado no eran tan exigentes en los teatros. No recuerdo dónde leí que en el siglo pasado en Italia incluso se pataleba en el patio de butacas cuando no gustaban los cantantes, o que se vitoreaba o silbaba a compositores según los gustos de aficiones rivales, como si los espectadores fuesen hinchas de fútbol.

Visto así, casi que no deberíamos molestarnos excesivamente porque suene un móvil de vez en cuando. Aunque, claro, estamos en otros tiempos y la cierto es que es una falta de respeto. Y si encima se ponen a hablar por el móvil en medio de la representación como si no fuese con ellos, pues entonces "apaga y vamos" (nunca mejor dicho).

Un cordial saludo.

Juanba dijo...

Me alegro Daniel de que tu estancia en Bilbao resultara tan gratificante. En algunos sectores describen a la gente de Bilbao como fanfarrones. La razón es que estamos orgullosos de vivir en esta ciudad, que es “nuestro bochito”. Participo en todo lo que dices del Euskalduna, así que no quiero repetirme.

Lo que si estoy, es algo despistado. La base de la ópera en Bilbao es la ABAO (Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera). Puede que haya además de la temporada de esta asociación, alguna otra representación de ópera. Pero se cuentan con la mitad de los dedos de una mano. Pues bien, según los datos de que dispongo, que, además, los he vivido y me acuerdo, “La Italiana” se dio por última vez en Bilbao, a principios de Marzo de 1999, interpretada por Sonia Ganassi. La mezzosoprano Daniela Barcellona, y pidiendo perdón si me equivoco, sólo ha cantado en Bilbao una vez, en febrero del 2007, con la ópera “Capuletos y Montescos” de Vincenzo Bellini.

Por lo que yo tengo leído, en el siglo XIX, época en la que llegó a su apogeo el género operístico, era un doble espectáculo el asistir a una representación de ópera. Digo doble, porque existían, a decir verdad, dos grandes atractivos, uno los artistas y otro el público. Allí se jugaba, se comía, se charlaba, se entretenían, se forjaban matrimonios, se creaban negocios, y que se yo cuantas cosas más.

Dentro de este “segundo escenario” y que yo recuerde en este momento, había dos cosas especialmente curiosas: una era la “Claque” y otra “el “Sorbete”. La Claque era un grupo de aficionados que, por dinero, se vendían al autor para hacer exitosa la función con aplausos o, por el contrario, patear y gritar hasta hacer reventar la función. El Sorbete, si cabe, es aún más curioso. Sabemos todos que la palabra quiere decir algo así como un tipo de helado. Como las representaciones de ópera eran tan largas, el autor de la música debía, en un momento dado, permitir a los espectadores que tomaran sus helados, con el ruido que esto suponía para el vendedor y comprador de la mercancía. Y lo hacía componiendo un tipo de música no trascendente, del que se pudiera prescindir. Era cantado por voces de segunda o tercera fila. A estos momentos de expansión del público por no ser trascendente lo que cantaban, eran llamados “arias del sorbete”. Por último, amigo, te diré que a mi me parece muy mal que alguien actúe con su teléfono móvil en una función, sea teatro, cine, ópera o lo que sea.

Un afectuoso saludo Daniel

Anónimo dijo...

Sí, sí, a mí también me parece una falta de respeto y de sensibilidad lo de los teléfonos móviles. Ya hasta se habla por ellos dentro de las bibliotecas como si no pasara nada.

La representación de "L'italiana" a la que asistí tuvo lugar el pasado 31 de enero de 2011, en el Palacio Euskalduna. Además de Daniela Barcellona, que estuvo magnífica, recuerdo que el público también aplaudió mucho a Paolo Bordogna, que hacía de Taddeo. Todos los cantantes cantaron e interpretaron sus papeles muy bien, pero el personaje de Taddeo estuvo especialmente cómico y muy gracioso.

Las óperas bufas de Rossini me parece que ganan mucho cuando, además de buenas voces, los cantantes tiene esa vis cómica. Entonces Rossini es absolutamente irresistible.

Un cordial saludo, Juanba.

Juanba dijo...

Estimado Daniel, he tenido contigo un error de bulto. No es que desconfiara de lo que decías. Era sólo que no me cuadraba. Y no lo hacía porque, por motivos de enfermedad, no acudí a esa temporada de ópera que citas. Así que para mí, es como si no hubiera existido. Sabes que no es así y te pido disculpas. Un cordial saludo,