viernes, 24 de junio de 2011

De Fuegos, Cabezas y Otras Lindezas

Una sonrisa nunca viene mal, así que, voy a tratar de conseguirla de mis lectores, con anécdotas ocurridas en los escenarios operísticos de varios lugares del mundo, algunos tan alejados de nosotros como Australia, en la que también hay afición a la lírica.


Sabrosa cabeza
La Cabeza del Bautista
Perth es la capital de la Australia Occidental y está situada al oeste del país. Tiene 1,7 millones de habitantes, lo que la convierte en la cuarta ciudad más populosa del territorio. De acuerdo a su categoría, tiene un teatro, donde en 1978, por iniciativa de un joven productor anticonformista y provocador, tuvieron la ocurrencia de poner en escena la “Salomé” de Strauss. Ya se veía que, por el carácter de las gentes del lugar, no iba a ser la sede ideal para poder escenificar esta rica orgía alemana de incesto, necrofilia y destino.

Perth, Australia
Pero el productor estaba decidido a agitar la existencia de los habitantes de la ciudad. De manera que se contrató esa ópera para ser representada en la temporada de otoño-invierno. Poco antes de la puesta en escena, nuestro pequeño genio pidió a los técnicos que realizaran una horrenda cabeza ensangrentada de Juan el Bautista, para utilizarla al final de la gran escena conclusiva, cuando Salomé insiste en besarlo en la boca. Durante los ensayos, surgió el habitual contraste sobre cuestiones de buen gusto entre nuestro joven productor y el director del teatro. Después de una interminable discusión, se aceptó que la cabeza fuese llevada a escena cubierta con un paño blanco.

Llegó la soprano, una señora de estatura imponente y terrorífica, procedente de la Alemania del este. Lo primero que hizo fue discutir con los técnicos sobre la cabeza. Como esa decisión por parte del productor era inapelable, se tuvo que conformar. La tarde de la representación, el público quedó petrificado con el argumento de la obra y no se sabía bien cómo iba a reaccionar ante la escena final. Había, evidentemente, una cierta prevención por parte de los responsables, hacia el momento en que se levantara el paño del vaso de plata y apareciera la horrible cabeza ensangrentada que pidió hacer el productor.

Aquí soldados, bajad a la cisterna y traedme la cabeza de ese hombre”, cantó la imponente soprano mientras la orquesta le acompañaba con un ímpetu heroico, casi necrófilo. El momento estaba a punto de llegar: solemnemente el verdugo entró en escena trayendo envuelta en un paño blanco la supuesta cabeza en un vaso de plata. “No quisiste que yo besara tu boca. Pues bien ¡ahora voy a besarla!”, siguió declamando la soprano con un brío envidiable. Ni corta ni perezosa, tiró del paño blanco y, ……… sobre el vaso de plata había: ¡una pila de sándwich de jamón! Las risotadas fueron generalizadas. La mujerona soprano estaba tan afectada que no supo seguir y hubo que cerrar el telón y dar por finalizada la función. 

¡Cuidado que voy!
En 1959, se representaba en el Teatro alla Scala de Milán, “La Valquiria”, primera jornada del ciclo de el “Anillo del Nibelungo”, del compositor teutón, Richard Wagner. Actuaba como Siegmund, un cantante mítico y carismático. Se trataba del, también alemán, Wolfgang Windgassen (1914/1974). Tenor dramático de amplias facultades, que personificaba el Heldentenor, exigido por Wagner.

El Siegmund de Windgassen
Además de una voz portentosa, era bastante corpulento. Esta característica física, contrastaba siempre con sus compañeras de reparto, por la diferencia de estatura. Bien, pues, contaremos uno de los innumerables desastres ocurridos en las funciones de ópera. Siegmund (o sea Windgassen), calzaba sandalias tipo romano, que se sujetaban con cordones a las piernas. Acababa de liberar a la espada Nothung, del tronco del árbol. Sea porque pisó uno de los cordones de sus sandalias mal atadas o por alguna otra causa, no aclarada, el caso es, que perdió el equilibrio.

Cayó en el lado izquierdo del escenario, que estaba en rampa. Y con gran ímpetu, se dirigió hacia donde estaba Sieglinde. La soprano, viéndolo aproximarse a una tremenda velocidad, sencillamente ensanchó las piernas y él pasó por debajo, acabando diez metros más allá,  próximo al foso de orquesta. Fue el más grande resbalón habido en un teatro. Lo describieron como “un oso polar que se viene abajo, desde un tobogán”. Al lado de esto, la caída de Hans Hotter, el famosísimo bajo, en el Covent Garden, en 1948, fue un simple tropezón.


¡Te has pasado, Loge!
Escena Final Valquiria
con el círculo de fuego
El final de una “Valquiria”, representada en el Teatro Colón de Buenos Aires, tuvo un efecto verdaderamente explosivo y auténtico. El barítono Giampiero Mastromei, hacía de Wotan. Golpeando la roca, solicitó la llama al dios del fuego, Loge. Con ella, prendería el círculo en el que estaba encerrada Brunilda. Apareció, en efecto, un gran muro de fuego. Pero el barítono, se vio obligado a dar un nuevo significado irónico a las palabras del dios “Quien tenga miedo de mi espada, no podrá nunca atravesar el fuego”. Escapó rápidamente del escenario con la barba en llamas.


Un enfado aprovechado
Los incidentes entre el maestro director y los músicos, son frecuentes en el teatro y los conciertos. Siempre debe haber un pacificador en estos conflictos, pues pueden pesar desagradablemente sobre los resultados artísticos. El director de orquesta y compositor de origen austriaco, Félix von Weingartner (1863/1942), parece que tenía bastante mal genio.

Felix von Weingartner
Era una representación de “La Valquiria”, en el Gran Teatro del Liceo de Barcelona. Llegó el momento culminante en que, el tenor arranca del tronco del árbol la espada de Wotan. Se subraya con el tema correspondiente en “fortísimo”, a cargo de la trompeta. El profesor encargado del instrumento, no entró cuando debía hacerlo. Weingartner, furioso, golpeó violentamente con el pie el entarimado de su atril. Se había deslucido, de forma lamentable, una página hermosa.

Teatro del Liceo- Barcelona
El maestro no sólo se negó a salir al proscenio, una vez terminado el acto, sino que no quería proseguir la representación. Acusaba al músico de haber procedido a sabiendas. El profesor se defendía, protestando que el maestro sufría frecuentes distracciones y no le había dado oportunamente la entrada. El entreacto se prolongaba, con la natural impaciencia del público. El conciliador, sudaba lo indecible para que Weingartner, depusiera su intransigente actitud.

Orquesta Gran Teatro Liceo Barcelona
Al fin, le convencieron, y entonces se produjo el milagro. Los músicos estaban excitados. Weingartner, colérico. Hecho una furia, se dirigió a su puesto de mando, empuñó la batuta y, con un brío arrebatador, atacó el segundo acto. A pesar de la situación vivida, dicho acto tuvo aquella tarde una ejecución soberbia en todos los conceptos. El mal genio, asimismo, uno de los atributos de Wagner, pasó como una ráfaga poderosa por la orquesta. El resultado fue, en verdad, sorprendente.


Morcilla teatral
Lauritz Melchior
El tenor danés, nacionalizado luego como americano, Lauritz Melchior (1890/1973), fue uno de los mejores intérpretes wagnerianos. En 1937, estaba  protagonizando un “Lohengrin”, en el Metropolitan Opera House de Nueva York.  Habían llegado, sin novedad, al tercer acto. Era el momento, en el cual, el malvado Telramund, aparece de improviso, en la habitación nupcial. Tiene malas intenciones y le apoyan otros cuatro caballeros.

Podemos imaginar su profunda consternación cuando, echándose sobre el lecho para agarrar su escondida espada y defenderse, descubrió que la incompetente organización encargada del atrezzo, había olvidado ponerla. Privado del arma, Melchior afrontó a un estupefacto Telramund con un golpe-gancho directo de izquierda a la mandíbula - que resultó igualmente eficaz. Este es el típico ejemplo de ingenio en el escenario.

Puntualidad gatuna
Paul Schöffler (1897/1977), importante barítono del repertorio alemán, hizo de protagonista en “El holandés errante", de Wagner, en el teatro San Carlo de Nápoles. Durante el monólogo del primer acto, un gato teatral, empezó a hacer un dúo con él, maullando. Schöffler, aprovechó el intermedio orquestal, para ahuyentar al minino con su gran capa negra.

Fue inútil. De nuevo aparecía para formar el dúo. En el entreacto, el Director del teatro, se excusó: “en treinta y nueve años que llevo en este Teatro,  puedo asegurar que, los gatos sólo han venido a la hora del mediodía. ¡Es muy extraño!”.


Dos golpistas en la ópera
Jango Goulart
Los amantes de la lírica, somos capaces de hacer muchas cosas. Sin embargo, creo que yo no llegaría al grado de fanatismo que alcanza la historia que os voy a contar. Como saldrá demostrado, la ópera, ha jugado un papel determinante en la revolución brasileña de 1964, un evento típicamente del país. Jango Goulart (1919/1976), fue un Presidente de Brasil, que tenía la costumbre de desaparecer, a menudo, sin aviso. Una vez fue encontrado, después de tres semanas, mientras asistía a una representación de “Un ballo in maschera” de Verdi, en el Teatro de la Pérgola de Florencia.

En uno de sus viajes por la China popular, el ejército se movilizó. Pero, tratándose del Brasil, desgraciadamente había dos bandos rivales: uno era la refinada Tercera Armada de Sao Paolo y el otro la feroz Cuarta Armada de Belo Horizonte. Entre ambos tenían la orden de ocupar el Palacio Presidencial de Río. Pero, como sucede a todos, descubrieron que era casi imposible atravesar la ciudad, con sus tanques, en hora punta.  

Al Palacio llegaron al mismo tiempo. Después de algunos momentos de gran tensión, se encontraron los oficiales, de una parte y de la otra. Sucedió que los mandos superiores de las dos facciones rivales del ejército, se declararon fanáticos de la ópera. Además uno de ellos, era hermano del más célebre barítono brasileño, Nelson Portela. El mismo Portela, aquella tarde, cantaba en “La Bohème”. Los oficiales se pusieron de acuerdo en que, con o sin golpe de estado, irían juntos a escucharlo.

En efecto, su excursión a Río constituía una ocasión excepcional. Se cuenta que fueron al teatro con sus respectivos medios blindados personales. Es inútil decir, que habían dejado a sus hombres interesados en jugar un partido de fútbol,  con los carros blindados como portería.

Al día siguiente, Goulart volvió con prisa y furioso de la China. Algunos dicen que sólo regresó porque esperaba ver la ópera interpretada por el barítono Portela.

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